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domingo, 11 de septiembre de 2011

el cambio que todos necesitamos

Esto es un llamamiento a la humanidad de las mujeres y de los hombres del siglo 21. Un llamado que nace como la inminencia de un cambio, en el cruce cada día más cercano de las tinieblas de final de ciclo y las luces de principio de uno nuevo. Un llamado a todos los que, al igual que yo, sudan esta misma y desagradable impresión que todo se está muriendo, el estado de derecho no es, la humanidad corre cabizbaja por una autopista sin salida, nuestra mala fe y nuestras mentiras son infinitas y que se está instalando esta insidiosa resignación de consumir un mundo enfermo.

Las palabras que desfilarán frente a tu vista apuntan a tu consciencia, ya seas presa o depredador, indignado o dignatario. Puesto que al igual que tú formo parte de esta generación sacrificada que quiere, que puede y que  cuestionará todo lo que venga. Todo.  Esa es su razón de ser. Atrapada entre espada y pared, fronteras y dinero, nuestra generación se hizo en subterráneo, como mar de fondo,  por debajo de tanta crisis que vamos atravesando, la que estamos viviendo ahora es una crisis humana de verdad. Y eso que seamos Europeos, Africanos, Asiáticos o Americanos. Y les guste o no a los fatalistas, los recientes y múltiples brotes de movimientos ciudadanos por el mundo, en ese sentido, son iniciadores de novedosas formas de pensamientos políticos. Al fulgor de la chispa que se desprende, saboreamos el  aroma de estas mechas que se encienden para iluminarnos. Porque ya es tiempo de aunar nuestras fuerzas, rebuscar en nosotros mismos esa valentía que necesitamos para exorcizar nuestros temores, sentirnos humanos entre los humanos y proyectarnos en un destino común. Un mundo en el cual las dictaduras financieras, políticas y militares de las oligarquías cayeran en el olvido, en las mazmorras de la historia. Un mundo en el cual los ciudadanos pudieran de verdad tomar parte en las decisiones políticas, libres de expresarse, libres de ir y venir por donde se les dé la gana. Un mundo en el cual el hombre y la naturaleza estarían de una vez por todas en el centro de todas las preocupaciones, donde los deseos se subordinaran a las necesidades. La esperanza, hoy, deriva de la sensatez, participa de la belleza y sobre todo, hoy más que nunca, es vital.

¿Cómo cambiar el mundo? Esa es la verdadera pregunta. Imaginar que un paradigma milagroso podría propulsarnos de la noche a la mañana a una era de paz y serenidad sería ingenuo, ¿Verdad? Por eso fingimos no poder contestar a esta pregunta fundamental, refugiándonos tras su aparente inaccesibilidad y mofándonos del primero que se atreva a contestarla o diciéndonos, para tranquilizarnos, que lo que importa no es la caída sino el aterrizaje. Comportamientos como estos, que solemos adoptar frente a nuestras responsabilidades, no hacen más que delatar un profundo sentimiento de impotencia.

Si aspiramos a la dignidad, a la autogestión y a que los pueblos del mundo decidan por si mismos lo que el mundo debe ser, entonces una realización colectiva sólo es posible a través de nuestra realización personal. No podremos cambiar el mundo exterior si no cambiamos nuestro mundo interior. En una palabra, hay que realizarse para realizar.


Esta propuesta es claramente una alternativa a las posturas reformistas (mejorar el sistema) o revolucionarias (cambiar radicalmente el sistema), porque sugiere un enfoque completamente diferente: construir un mundo nuevo en el interior mismo del antiguo, sin buscar completarlo ni destruirlo. Se trata de innovar, de ser creativo, de dedicar nuestra energía a la realización y al desarrollo de un verdadero espacio público, por y para los ciudadanos.

Los límites de este espacio público se encuentran en nosotros, anidados en lo más profundo de nuestra consciencia. En el camino que lleva hacia nuestra humanidad, nuestras dudas y nuestros miedos son obstáculos que nos ordenan volver atrás.  El largo proceso de reconquista que requiere la creación de un espacio público real sólo se puede engatillar tomando conciencia de esto. De ahí proviene la luz, nos damos cuenta de una realidad, nos realizamos adquiriendo nuevos conocimientos que nos permitan medir de mejor manera el mundo a nuestro alrededor y descubrir verdades hasta entonces desconocidas o fuera de alcance. Esta evidencia nos parece al fin y al cabo simple sin embargo los hechos demuestran que parece ser inaccesible para una mayoría. A cuántos semejantes nuestros vemos dudar, saltar de un pie al otro esperando que sólo se trate de un mal sueño. Sin embargo, esa es nuestra resplandeciente realidad. Ha llegado el momento de tomar conciencia, cada cual a su propio nivel.

Es obvio que esta toma de conciencia individual induce una responsabilidad moral. ¿Cómo, de hecho, no reaccionar cuando uno al fin se ha dado cuenta? Una nueva postura es inevitable entonces. Se trata de un gran momento de verdad porque tendremos que redefinirnos, implícitamente o explícitamente, sin importar que desemboque en indiferencia o empatía. No obstante, son muchas las posibilidades de que de esta pequeña semilla de conciencia de si mismo germine una voluntad. Una voluntad que iría a la par de la necesidad de revisar nuestros esquemas de pensamiento y volvernos abogados del diablo de nuestras sociedades con el fin de liberar nuestra mente de su celda de certezas y por fin alcanzar la última etapa: emprender acciones novedosas, constructoras y liberadoras.  Ahora bien, el detonador de estas acciones es nuestra capacidad técnica. Las herramientas, reales o virtuales, están a la mano, sabemos cómo usarlas. Son nuestro poder de acción, el de actuar sobre nuestras propias vidas.

Recordemos rápidamente el contexto de realización de este espacio público, ya que uno de sus aspectos paradójicos de este principio de siglo se insinúa en el individualismo globalizado que, por la relatividad de sus fenómenos, se da también como una oportunidad inédita. En efecto, por primera vez en la historia de la humanidad, seres humanos de todo el planeta tienen la posibilidad de comunicarse, de intercambiar competencias, de organizarse y de aunar sus energías. Está claro que los medios técnicos y materiales existen. Es un hecho. Nuestra generación (todos los seres humanos vivientes en la actualidad) posee las herramientas necesarias para reapropiarse su dignidad.

Por consiguiente, a la vista de los numerosos fracasos de nuestros políticos, si entendemos que los principios y los dogmas que hemos heredado son producto de la sociedad que el hombre construyó, es obvio que estos pueden y deben imperativamente pasar por nuestros microscopios. Un gobierno al cual sólo le queda el miedo, la manipulación y la violencia para oponer a un movimiento profundo de expresión popular es un gobierno que ya expiró, está muerto. 

Digámoslo de otra forma: el saber está en el umbral de la puerta, el querer está agazapado justo detrás. Y, el poder popular ya no es un mito. Salgamos a la calle, volvamos a hablarnos, reunámonos en asambleas populares, volvamos a aprender a hablar, a escuchar y a compartir y reinventemos. Reconozcamos que ya no tenemos excusa ni pretexto válido para justificar nuestra inacción y nuestro silencio.

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